sábado, 13 de enero de 2007

¿Quién está detrás del control poblacional?

Por Latex Bono


Durante la presidencia de Richard Nixon en los EEUU, un documento del Departamento de Estado, desarrollado bajo la dirección del Secretario de Estado Henry Kissinger, sindicaba al crecimiento poblacional de los países del tercer mundo como “un asunto de la mayor importancia”.

Ese documento, el Memorando de Estudio de Seguridad Nacional o National Security Study Memorandum (NSSM 200), o como se lo conoce más popularmente “El Informe Kissinger”; cuyo subtítulo era “Implicancias del crecimiento de la Población Mundial para la Seguridad y los Intereses Externos de los EEUU”, argumentaba que dicho crecimiento ponía en riesgo el acceso de los EEUU a las materias primas y por ende, constituía una amenaza a la seguridad política y económica americana (del norte, por supuesto). Pero no se queda sólo en el diagnóstico; también propone una estrategia, cual es que los Estados Unidos promuevan un severo control demográfico en los países periféricos a fin de poder regular y tener mejor acceso a sus recursos naturales.

Enumera elementos para implementar los programas de control demográfico como ser la legalización del aborto, incentivos económicos para los países que apliquen el control poblacional (abortos, esterilizaciones, así como también el uso de contraceptivos, adoctrinamiento de los niños, control demográfico obligatorio a través de la coerción, como el retener la ayuda para los desastres y los alimentos, a no ser que dichos países implementen los programas de control demográfico "sugeridos".

Declara también que EEUU iba a encubrir sus actividades anti-natalistas, para evitar acusaciones de imperialismo, induciendo a la ONU a que varias de sus organizaciones nogubernamentales (ONGs) realizaran esta labor.

Más abajo transcribo algunas selecciones del texto aludido. No se trata aquí de fantaciencia o la obra de una mente febril con ganas de fabular. Son extractos del documento que a partir de la fecha de desclasificación del mismo, junio de 1989, puede ser consultado por cualquier interesado.

"La ubicación de conocidas reservas de metales de más alto grado de la mayoría de los minerales, favorece la creciente dependencia de todas las regiones industrializadas en las importaciones de los países menos desarrollados (PMD). Los problemas reales de los suministros de minerales, no consisten en si hay una cantidad básica suficiente, sino en los asuntos políticos y económicos en torno al acceso a dichos suministros, en las condiciones para su exploración y explotación, en la división de los beneficios entre los productores, los consumidores y los gobiernos de los países anfitriones" (p. 37).

"Ya sea a través de la acción gubernamental, de los conflictos laborales, del sabotaje o de los disturbios civiles, el flujo continuo de materiales necesarios se verá en peligro. Aunque evidentemente la presión demográfica no es el único factor, este tipo de frustraciones es menos probable bajo las condiciones de un crecimiento lento o cero de la población" (p.37-38).

"Se le debe dar prioridad, en el programa general de ayuda, a ciertas políticas de desarrollo de aquellos sectores que ofrecen la mayor "educación" esperanza de una creciente motivación en tener familias más pequeñas" (17).

"El desarrollo de un compromiso político y popular a nivel mundial a favor de la estabilización de la población, es fundamental para cualquier estrategia efectiva. Esto requiere el apoyo y el compromiso de líderes claves de los PMDs. Esto tendrá lugar sólo si se dan cuenta claramente, del impacto negativo que tiene el crecimiento sin límites de la población y si creen que es posible hacerle frente a esta situación a través de la acción gubernamental. Los EE.UU. deben animar a los líderes de los PMDs a asumir el liderazgo de la promoción de la planificación familiar" (18).

"La economía de los EE.UU. requerirá grandes y crecientes cantidades de minerales del extranjero, especialmente de los PMDs. Este hecho hace que los EE.UU. tenga un gran interés en la estabilidad política, social y económica de los países suministrantes. Donde quiera que una disminución de las presiones demográficas, por medio de una disminución en los índices de la natalidad, pueda aumentar las posibilidades de dicha estabilidad, la política demográfica se hace relevante para los suministros de recursos y para los intereses económicos de los EE.UU." (43)

"Existe también el peligro de que algunos líderes de los PMDs, vean las presiones de los países desarrollados a favor de la planificación familiar, como una forma de imperialismo económico y racial; esto podría crear un retroceso bastante serio" (106).

"Es vital que el esfuerzo por desarrollar y fortalecer el compromiso por parte de los líderes de los PMDs, no sea visto por ellos como una política de un país industrializado, para mantener reducido su vigor o para preservar recursos que serán usados por los países `ricos'" (114).

"Los EE.UU. pueden ayudar a minimizar las acusaciones de tener un movimiento imperialista detrás de su apoyo a favor de las actividades demográficas, afirmando repetidamente que dicho apoyo se deriva de una preocupación por: (a) el derecho del individuo a determinar libre y responsablemente el número y el espaciamiento de sus hijos...y (b) el desarrollo fundamental, social y económico, de los países pobres" (115).

"Finalmente, el procurar servicios integrados de salud y planificación familiar a un amplio nivel, ayudaría a los EE.UU. a enfrentarse a la acusación ideológica de que los EE.UU. están más interesados en disminuir la población de los PMDs que en su futuro y su bienestar. Si bien es cierto que se puede argumentar, y argumentar con efectividad, que el limitar la población puede muy bien ser uno de los factores más críticos para mejorar el potencial para el desarrollo, así como las posibilidades para el bienestar, debemos reconocer que aquellos que argumentan en conformidad con sus posturas ideológicas, han hecho mucho ruido con el hecho de que la contribución de los EE.UU. a los programas para el desarrollo y a los programas de salud, ha disminuido ininterrumpidamente, mientras que sus fondos para los programas de población han aumentado a un ritmo constante. Si bien hay muchas maneras de explicar estas tendencias, el hecho es que han constituído un impedimento ideológico para los EE.UU. en la evolución de su crucial relación con los PMDs" (177).

"Los programas obligatorios pueden hacer falta y debemos considerar estas posibilidades ahora" (118).

"¿Podrían considerarse los alimentos un instrumento de poder nacional? ¿Nos veremos forzados a elegir a quién razonablemente podemos ayudar, y en tal caso, deben ser los esfuerzos demográficos un criterio para dicha ayuda? Están los EE.UU. preparados para aceptar el racionamiento de los alimentos para poder ayudar a los pueblos que no pueden o no quieren controlar el crecimiento de su población?" (119-120). "Nuestras estrategias de asistencia para estos países deben considerar sus capacidades de financiar actividades demográficas que son necesarias" (127).

"Es evidente que la disponibilidad de servicios de anticonceptivos e información al respecto, no constituye una respuesta completa al problema de la población. En vista de la importancia de los factores socio-económicos para determinar el tamaño de la familia que se desea, la estrategia para una ayuda total debe enfocarse cada vez más en aquellas políticas que contribuirán a la disminución de la población, así como en otros objetivos" (108).

"[Debemos tener] niveles mínimos de educación, especialmente para las mujeres, así como la educación y el adoctrinamiento de la actual generación de niños, con respecto a la conveniencia de que las familias sean más pequeñas" (111).

"En la India [se llevaron a cabo] algunos experimentos controversiales pero extraordinariamente exitosos, en los cuales los incentivos económicos, junto con otros mecanismos de motivación, se utilizaron para lograr que un gran número de hombres aceptaran las vasectomías" (138).

"Se va a necesitar algo más que los servicios de planificación familiar para motivar a otras parejas a querer tener familias más pequeñas y a que todas las parejas quieran tener niveles de reemplazo, que son esenciales para el progreso y el crecimiento de sus países" (58).

"Es muy necesario convencer a las grandes masas de que es de su interés individual y nacional el tener, como promedio, solamente tres y quizás sólo dos hijos...el foco obvio y creciente de la atención debe ser cambiar las actitudes de la próxima generación" (158).

L.B.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

NADA MÁS CRUENTO QUE EL SILENCIO. CUANDO ALGUIEN ESCRIBE, LO HACE SIEMPRE POR//PARA//DESDE UN OTRO. POR ELLO, Y A MODO DE RESPUESTA, ENSAYO AQUÍ UNAS IDEAS, MIENTRAS AGUARDO ALGUNA OPINIÓN SOBRE LAS MISMAS. GRACIAS.

Para pensarnos desdde la crisis de valores considero que en primer lugar es necesario existirnos y asumirnos en tanto latinoamericanos. Ello implica, indefectiblemente, apropiarnos de lo que se denomina "conciencia histórica". La conciencia histórica no implica constituirnos como "adelantados", puesto que aquel que se adelanta pierde de vista la existencia de lo real, su mirada se pervierte -mirada miope, incompleta, mirada a modo de espejismo- el ejemplo más contundente de ello lo constituye el Che: centró su proyecto libertario en Bolivia-. Contemporáneos, pares, coetáneos, compañeros, camaradas: ardua nuestra tarea en tanto asumirnos e integrarnos, finalmente, desde el origen, en la tradición, en el lenguaje.

“Pienso que el año 2000 nos encontrará unidos o dominados”
-Juan Domingo Perón-


La actualidad de la sentencia citada es absolutamente innegable. El año 2000, en el sentido expresado por el ex presidente argentino, aún está transcurriendo; es más, recién está comenzando y todavía no ha entrado en su etapa más fecunda y conflictiva (puesto que siempre en la historia de la humanidad las fases más problemáticas son las que, a largo plazo, dan mayores frutos). La organización del mundo del Siglo XXI se encuentra en su lapso previo, de transición, de camino hacia la consolidación definitiva del sistema internacional del futuro. Es en este marco donde se inscriben las palabras del General Perón – pronunciadas en pleno comienzo del sistema de la Guerra Fría – y donde adquieren su total significación.
La visualización de la integración latinoamericana como el problema central y clave de la política argentina y del resto de los países de la región fue un claro anticipo del dilema fundamental que habría de pesar sobre los dirigentes (y los pueblos) de nuestras naciones. Este vital llamamiento a la unidad se convierte en un imperativo al que hay que dar cumplimiento para colocar a nuestras patrias en el exacto lugar donde deben estar, de acuerdo con las exigencias actuales de la política internacional.

1. El Proceso de Globalización: El fenómeno de la integración no es algo nuevo en la historia universal. El mismo General Perón, a partir de un análisis histórico, concebía al continentalismo y al universalismo como las formas posibles de organización humana para el futuro:
“Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido indudablemente creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones, y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes.” .

La caída de la Unión Soviética y su inevitable consecuencia -el fin del esquema bipolar de la Guerra Fría- junto al descomunal avance de la tecnología de los medios de comunicación produjeron un desarrollo acelerado de acercamiento entre las naciones, comúnmente denominado globalización, aumentando la interdependencia entre las mismas de forma considerable. Esta interdependencia modificó radicalmente el papel de los estados nacionales y concedió, en una magnitud nunca antes vista, una destacadísima participación a organizaciones regionales, multilaterales e internacionales. Siguiendo con las palabras de Perón:
“Cada país participa de un contexto internacional, al que no puede sustraerse. Las influencias recíprocas son tan significativas, que reducen las posibilidades de éxito en acciones aisladas.”

Esta nueva situación constituye un hecho y una realidad; es imposible renegar de ella e intentar frenar su inexorable avance y consolidación. Ahora bien, a lo largo de la historia, nunca un determinado contexto internacional ofrece un marco único y unívoco al que hay que ajustarse dogmáticamente; jamás hay una sola manera de ingresar a ese contexto . Por el contrario, existen múltiples formas y posibilidades para que los países y los pueblos encuentren su espacio y su modo de desenvolverse frente a otros. Es precisamente en la capacidad de adaptarse al régimen internacional vigente sin perder su propia originalidad, donde las naciones encuentran la piedra basal de toda política exterior y, también, interna. Tal como el General Perón sostiene:
“El derecho esencial que tienen los pueblos, es exigir a sus gobernantes que al adaptar con la mayor prudencia los sistemas a las circunstancias cambiantes, jamás se abandonen los principios y las leyes esenciales.”

En definitiva, situarse en la cúspide de los acontecimientos y dominar los tiempos debe ser la tarea de todo pueblo con conciencia histórica.
Lo expuesto en el párrafo precedente disiente la posición sustentada tanto por globalizadores y antiglobalizadores que sostiene que la globalización debe, necesariamente, entenderse como la supremacía de una potencia sobre el resto del mundo; como la imposición de los valores, la cultura y la forma de vivir predominantes en una nación por encima de los de las demás. Ésta es la versión propagada, fundamentalmente, desde los Estados Unidos. Este país cree que todos los pueblos del mundo desean vivir bajo sus reglas y sus instituciones y, por lo tanto, desean exportarlos a todos los rincones del planeta. Este reclamo no surge en los últimos tiempos, ya en 1900 el escritor uruguayo José Enrique Rodó afirmaba:

“Hoy, ellos aspiran manifiestamente al primado de la cultura universal, a la dirección de las ideas, y se consideran a sí mismos los forjadores de un tipo de civilización que prevalecerá ”.
Muchos sectores de la comunidad norteamericana toman esta pretensión en el sentido de una verdadera misión, considerándose parte importante en la resolución de conflictos en cualquier parte del mundo. Conlleva, entre otras consecuencias, el control del armamento nuclear de todos los países; la custodia de la política económica de cualquier nación y, entre otras cosas, un juicio sobre su propio concepto de derechos humanos y de democracia, constituyéndose como el único válido y posible. Así planteada, la globalización es el nuevo nombre del imperialismo, puesto que éste “es la necesaria consecuencia lógica del universalismo.”
Los diferentes movimientos e ideologías antiglobalizadoras se hacen cargo de esta tendencia. Esta postura no hace más que difundir la percepción antes descripta; no hay una propuesta alternativa ni superadora y, por tanto, sólo se conciben dos modos de participar en la nueva realidad: con ella o contra ella. De esta manera comulgan con la división, tan esencial a la cultura estadounidense, entre fuerzas del bien y fuerzas del mal.
En conclusión, en este nuevo escenario conviven varias alternativas: por un lado, la inserción acrítica; por el otro, la adaptación pasiva. Una tercera postura considera el alineamiento automático con las potencias que regenteen el proceso. La cuarta vertiente se sustenta en la crítica destructiva, antihistórica y negadora de la realidad y, por último, lo que creemos más sensato: responder a las necesidades del tiempo histórico adecuándose significativamente a la evolución. Esta adaptación creativa dependerá de distintas variables y características de cada uno de los países y es precisamente por ello que no encuentra una respuesta única y unívoca para todo el mundo.

2. Globalización y regionalización: El progresivo desarrollo de la universalización resultó, paradójicamente, en un imponente aumento de la importancia de las regiones geográficas. La gran mayoría de los países optaron por otorgar una trascendencia fundamental a las relaciones con sus países vecinos. La cercanía geográfica se constituyó como el factor decisivo en el acercamiento entre los estados. En muchos de los casos se restablecieron los vínculos históricos de intercambio entre las naciones, desdibujando las fronteras.
A diferencia de lo que ocurría durante la Guerra Fría – en la que dos países disputaban su supremacía en todos y cada uno de los espacios territoriales – actualmente no existen potencias cuya presencia sea indispensable. Sólo Estados Unidos reclama para sí este rol, pero llevarlo a cabo le es cada vez más dificultoso . Rusia pasó de ser una superpotencia con intereses planetarios – en tiempos de la Unión Soviética – a ser la potencia de una región, cuya principal agenda se encuentra allí y en sus zonas circundantes (Chechenia, Armenia, los Balcanes, etc.)
La regionalización provocó que los actores más importantes de la política internacional se convirtieran en organizaciones continentales, subcontinentales o naciones de dimensiones continentales (Rusia, China, los mismos Estados Unidos, etc.). Henry Kissinger afirma:

“El sistema internacional del Siglo XXI incluirá al menos seis grandes potencias – los Estados Unidos, Europa, China, Japón, Rusia y, probablemente la India – así como una multitud de países de tamaño medios y pequeños.”

Ello no hace más que demostrar la vigencia de los elementos tradicionales de poder: territorio y población. Rusia, aún en medio del caos institucional provocado por la caída del régimen comunista, la desmembración territorial y una devastadora crisis económica, nunca dejó de ser una gran potencia en el concierto internacional (y, probablemente, nunca dejará de serlo) debido a su inmensa superficie y enorme demografía . Asimismo, Europa ha buscado, alcanzado y afianzado su integración continental impulsada por sus dos principales potencias (Francia y Alemania) para ponerse a la par de las naciones continentales.

3. Regiones y cultura: La integración por regiones abre paso a la cultura como elemento fundamental en las nuevas asociaciones internacionales. En gran medida, las regiones geográficas coinciden en espacios culturales únicos; es decir, los países integrantes de una región comparten, generalmente, una idéntica cultura. La consecuencia inmediata de la regionalización es que

“...la política global se está reconfigurando de acuerdo con criterios culturales. Los pueblos y países con culturas semejantes se están uniendo...Las fronteras políticas se rehacen cada vez más para que coincidan con las culturales: étnicas, religiosas y civilizatorias.”

El éxito de los nuevos procedimientos de integración esta íntimamente ligado a la identidad cultural entre sus miembros. Las organizaciones regionales varían en proporción inversa a la diversidad de las civilizaciones a las que pertenecen sus integrantes. Así, las de instituciones de una sola civilización alcanzan mayores objetivos más velozmente. El NAFTA –la integración económica de Canadá, México y los Estados Unidos – es un claro ejemplo de asociación en el que el papel geográfico jugó un importantísimo papel para el rápido avance inicial que fue luego frenándose debido a las diferencias culturales entre sus miembros. La ASEAN – la organización de países del sudeste asiático – nunca logró resultados importantes, ni siquiera al comienzo de su actuación como en el caso anterior. La CARICOM – la confederación caribeña compuesta por trece ex-colonias británicas angloparlantes – llegó a una amplia variedad de acuerdos de cooperación; no obstante, los múltiples esfuerzos por crear organizaciones caribeñas que agruparan a países anglohablantes e hispánicos, han fracasado rotundamente.
En el sentido contrario se encuentran los ejemplos de la Unión Europea y el MERCOSUR. Ambos contienen a pueblos con una profunda raíz cultural común que, en el caso latinoamericano, es aún más patente. Los mismos se constituyen como los bloques más exitosos en cuanto a la rapidez en la consecución de resultados; de hecho, uno y otro continúan planteando su ampliación y la incorporación de nuevos miembros. En el caso europeo se llegó, incluso, a la unión monetaria. La vecindad inicia los acercamientos hacia la integración pero, sin lugar a dudas, la unidad cultural los impulsa y los afianza, y sin ella se obstruyen.
En conclusión, al MERCOSUR y a Latinoamérica toda se les presenta la oportunidad de transformar su unidad cultural en una unidad política y económica representativa. Se trata, en definitiva, de responder adecuadamente a la experiencia de la globalización; de integrar una sociedad global manteniendo nuestra identidad y siendo consecuentes con nuestros intereses; de realizar la humanidad y realizarnos en ella:

“Una nación no es sólo el resultado de un proceso que tiene un substracto físico y se cumple dentro del marco de una realidad sociogeográfica, sino que nace en virtud de un alumbramiento político y está bajo la advocación de un destino a realizar, de una misión que cumplir en función de la Universalidad.”

4. Algunas cuestiones sobre el concepto de integración: Antes de seguir avanzando es preciso intentar acercarse al concepto de integración y aclarar algunas cuestiones referidas al tema. Es fundamental tener en claro que la integración entre países, tomada en general, es algo que existe desde siempre en la historia de la humanidad. La agrupación es una característica propia de la dinámica histórica que ha sucedido frecuente y permanentemente en todos los períodos históricos.
El concepto de integración puede abarcar una cantidad infinita de cuestiones. Si nos guiáramos por un concepto común, aplicable en general, podríamos definir a la integración como la fusión de dos o más “objetos” para conformar uno nuevo, único y distinto a las partes que lo componen; o, también la creación de un todo que se compone de varias partes. Acercándonos al tema que nos ocupa podríamos sostener que la integración es un proceso voluntario, no impuesto, de acercamiento y unificación entre dos o más entidades estatales.
La integración no es, necesariamente, entre países. De hecho, muchas naciones han surgido de la integración entre provincias, regiones autónomas, etc.; este es el caso de las naciones confederadas y federativas. El surgimiento de las naciones en el momento en que se rompe el feudalismo es también un proceso integrativo que duró hasta el Siglo XIX con la formación de Alemania e Italia. Limitándose a la integración entre países la unión puede ser de varias maneras. Puede ocurrir una fusión entre dos países para crear uno nuevo o también puede suceder que algunas naciones lleguen a diferentes acuerdos en temas puntuales; por ejemplo, alianzas militares, acuerdos sobre el tránsito de las personas y los bienes, etc.
Indudablemente, en la actualidad la integración económica ha sido uno de los factores principales de esta nueva etapa. Los países buscan unirse con países que sean complementarios económicamente hablando y potenciar así sus posibilidades. La integración puramente económica no se realiza únicamente con vecinos o con parientes culturales; pueden existir, por ejemplo, tratados de libre comercio con países sumamente distantes geográfica y culturalmente. Sin embargo, la economía resultó insuficiente para consolidar la integración, apareciendo como factores decisivos la vecindad y posteriormente – como explicábamos anteriormente – la similitud cultural. Obviamente, esto no invalidó al comercio internacional como elemento determinante de unión entre países, pero, si el único interés reside en este componente la integración será débil y endeble y siempre propensa a romperse. Sólo los modelos de unificación que incorporan el sentido de unidad cultural son los que tienen garantizado la proyección, la continuidad y la solidez.

5. La “Balcanización” de América Latina: América Latina, a partir de sus movimientos independentistas acaecidos durante el Siglo XIX, ha sufrido un acelerado proceso de disgregación denominado balcanización, en alusión a la partición de la Península Balcánica. La antigua organización colonial, que dividía el continente en unos pocos virreinatos y capitanías generales, estalla en varias pequeñas repúblicas; éste estallido es producto de la miopía de algunos dirigentes y del interés de las potencias europeas en que no exista ningún país central en la región. De la misma manera, a la división de África hecha de acuerdo a los intereses de las grandes potencias y sin nada en común con las realidades tribales de ese continente se lo llama latinoamericanización .
El diseño de países y continentes enteros llevado a cabo por los países centrales conformaron una serie de naciones débiles, a las cuales siempre pareciera faltarle algo para lograr un desarrollo estable; se asemejan a cuerpos mutilados carentes de un miembro que les permita consolidar un normal desenvolvimiento. Esto es muy claro en los países latinoamericanos y, mas aún, en los “grandes” de la región como el caso de Argentina. Además, nunca, la maquinación de los imperios para la creación de países tuvo en cuenta el elemento histórico, lo que resultó en un no reconociento de sí mismos, quedando bolsones de gentes en una patria a pesar de que se sentían pertenecientes a otras, facilitando las obvias consecuencias que iban desde guerras civiles hasta el desinterés y la falta de conciencia nacional.
Si bien, como afirmábamos, la división de América Latina es similar a la producida en otras regiones es sumamente importante destacar dos diferencias que tiene nuestro continente y que son vitales a la hora de pensar en la restauración de la unidad latinoamericana. América Latina fue colonizada por sólo dos potencias (las cuales entre sí tienen enormes similitudes) y de esto resulta que, antes de su proceso de descolonización, ya vivió en una cierta integración; y, la segunda diferencia - consecuencia de la primera – es su unidad religiosa, cultural, lingüística e histórica.

6. Elementos que deberían facilitar la unidad latinoamericana: América Latina tiene elementos a su favor a la hora de hablar de una integración consolidada, elementos que – por otra parte – faltan a otras regiones. Ya habíamos mencionado la unidad surgida de su colonización; a esto hay que agregar que a raíz del proceso de descolonización ocurrido durante el Siglo XIX muchas voces se opusieron al desmembramiento sufrido por el continente. Aquellas enfrentaron el surgimiento de las nuevas pequeñas repúblicas paridas del despedazamiento de la unidad colonial y sostuvieron que, a pesar de la independencia de España, los nuevos países deberían constituirse en base a la antigua organización política. Así, en nuestra región los intentos por mantener a la Banda Oriental (Uruguay), Paraguay y el Alto Perú (Bolivia) dentro de las Provincias Unidas. Otros fueron más lejos y propusieron que no sólo había que respetar los límites de los viejos virreinatos, sino que, además, había que establecer estrechos vínculos entre ellos y conformar una sola nación – tal el caso de Simón Bolívar –, teniendo en cuenta el ejemplo que en ese mismo momento mostraba los Estados Unidos, el cual comenzaba a vislumbrarse como la gran potencia americana y como un futuro peligro para las naciones del sur. La integración total sudamericana se presentaba como el ejemplo ideal para contrarrestar el poderío estadounidense y colocar a la región en el mismo nivel internacional que tenía Norteamérica.
Por todo lo expuesto, podemos afirmar que el sueño de la unidad latinoamericana no nace de la necesidad de los tiempos actuales, sino que germina desde su propia independencia, en el siglo anterior, e – incluso – hunde sus raíces en el período colonial.
Asimismo, es importante resaltar que nuestros países no arrastran entre sí graves conflictos; las pocas guerras que ha habido entre naciones latinoamericanas fueron producto del lamentable militarismo provinciano que en muchas oportunidades se entronizó en los gobiernos latinoamericanos. Otra causa destacable como fuente de disputas han sido las reclamaciones por cuestiones de límites – en cierta medida esta fuente aún se mantiene - . En este contexto, resulta saludable el espanto que los países de la región sienten ante el hecho de un conflicto bélico entre estados latinoamericanos. La comparación con Europa vuelve a darnos un ejemplo: el continente europeo ha consolidado su unión luego de sangrientos enfrentamientos bélicos – muchos de ellos milenarios – ; más aún los países claves en la unidad europea (Francia y Alemania) se han enfrentado en cruentas y feroces disputas en innumerables cantidad de veces.
Otro punto a tener en cuenta es la falta de cuestiones raciales y religiosas en Latinoamérica – obviamente, producto de su unidad cultural –. Esto diferencia a nuestro continente de otras regiones y procesos de integración que tienen serias dificultades con este tema. Así ocurre en Europa que tienen importantes obstáculos para admitir a los países musulmanes; por ejemplo, Turquía, a pesar de que esta nación es miembro de la OTAN y un importante aliado occidental y de los Estados Unidos y Gran Bretaña. Otro tanto sucede en el sudeste asiático con Australia, que no logra llegar a importantes acuerdos con los países de la región.
El punto anterior se toca con el problema de las corrientes inmigratorias tan en boga en los últimos tiempos y tan espinoso en algunas regiones del planeta. Cada vez se torna más complicado que los países receptores admitan inmigrantes; una tras otra se suceden las leyes que hacen más restringido el acceso a la ciudadanía provocando la existencia, cada vez más numerosa, de ilegales, sometidos a una persecución cada vez más rigurosa. América Latina ha recibido muchísimas corrientes inmigratorias, sobre todo Argentina y Uruguay, que se han integrado sin mayores problemas a sus pueblos los cuales las han acogido de muy buena gana. Lamentablemente, los países latinoamericanos han sido más duros con la inmigración interna que con la procedente de Europa y otros continentes. Es típico en nuestros países la perniciosa difusión de frases populares en la que se asigna a cada país un status superior con respecto a los países vecinos y, en general, a todos los latinoamericanos. No obstante, aún en estos casos, y sobreponiéndose a estas actitudes la inmigración interna latinoamericana también es aceptada, al calor de la unidad cultual del continente.
La historia de América Latina es una sucesión de diferentes aportes culturales que confluyen en la conformación de una personalidad cultural nueva, propia y peculiar de Latinoamérica, en la que esas contribuciones se integran en un mundo nuevo, distinto de aquél en el que se originaron y desarrollaron; así, el elemento europeo – durante la colonización y con las sucesivas corrientes inmigratorias – al tomar contacto con el suelo y la realidad americana deja de ser europeo para integrarse en una nueva cultura. La asimilación y aceptación de estos aportes entre sí es, tal vez, un ejemplo único en el mundo y uno de los mayores orgullos del continente. La América indígena, hispana, negra e inmigrante se funden en una sola identidad cultural. Cada una es una parte vital de un todo y, por lo tanto, dar preeminencia a una sobre otra es cercenar y mutilar una porción de nuestra personalidad. Por supuesto que hay lugares donde una tiene más importancia que la otra; por ejemplo, la casi nula presencia negra en Argentina y una presencia más mayoritaria en los países caribeños; también, es obvia la situación de pobreza e indigencia de muchas comunidades indígenas, pero éste no es un problema único de estas comunidades, sino de una gran porción de la población latinoamericana . Es preciso aceptar que estos procesos de integración cultural pueden ser considerados positivos aún en sus puntos oscuros; es imposible concebir un hecho humano, incluso aquellos que se reputan propicios, sin admitir la existencia de errores, cuestiones pendientes, etc. Sostener lo contrario entraña un maniqueísmo perverso que divide el pasado, presente y futuro en buenos y malos al estilo típico de las películas hollywodenses e introduce en el plano político e histórico un puritanismo propio de la religión.
Como se ve, América Latina posee condiciones, características, elementos surgidos de su desarrollo histórico, su conformación cultural, etc. que deberían hacer mucho más sencilla, de lo que fue en otros lugares, su tránsito hacia la unidad económica y política, la colaboración entre sí y la postura común frente a los problemas mundiales. La concreción dependerá de cómo sus pueblos y sus dirigentes aprovechen y potencien estas condiciones.

7. El Origen de Latinoamérica: Esta claro que en este trabajo venimos otorgando una importancia capital al elemento cultural a los efectos de lograr una integración iberoamericana acorde a los tiempos que corren. Al efecto de que esta cuestión no se convierta en un mero latiguillo para completar discursos es necesario desentrañar el momento histórico preciso en que comienza a existir una cultura latinoamericana.
La denominación misma de América Latina nos lanza la primer respuesta: somos latinoamericanos por haber sido colonizados por España y Portugal. Es cierto que surgen dudas con respecto a los países colonizados por Francia, pero está claro que esto nos separa de la América anglosajona. Ni antes ni después de 1492 podemos señalar el origen de Latinoamérica y, por lo tanto, tampoco de Argentina, México, Chile, Venezuela, etc., ya que estas son parte de un todo preexistente. No es una obviedad remarcar esto puesto que hay teorías que se oponen a ello.
Tal el caso de aquella sintetizada a partir de la publicación y difusión del libro de Eduardo Galeano: “Las venas abiertas de América Latina”. Esta teoría es ampliamente aceptada por la mayoría del pensamiento de izquierda latinoamericano y, en cierta medida, europeo; goza de un enorme prestigio en el ambiente intelectual y universitario y fue extensamente divulgada por los aparatos culturales y educativos de los estados, sobretodo durante la década del ’80. Esta niega la validez misma del descubrimiento bajo un planteo plagado de moralina.

“Caracteriza a Latinoamérica como el “no-ser-originario”, resultante de la violación de su “alteridad” por la “totalidad” europea o “sistema imperialista” que colocó a “esto que hoy se llama América Latina en un estado ontológico de dependencia.””

Así, la historia latinoamericana es “historia de la infamia” y, por ende, también lo es su pasado y su futuro.
Esta interpretación a-histórica es más llamativa al observar que muchos de los que la comparten pretenden fundar desde ahí una supuesta unidad latinoamericana cayendo en una flagrante incongruencia al vilipendiar al hecho que origina aquella unidad. No es posible afirmar que el mandato de realizar la integración nos venga de los tiempos prehispánicos ya que en esa época el continente se componía de tribus de distintas razas, con diferentes lenguas y religiones, disímil desarrollo tecnológico y procesos históricos discordantes. Además, en este razonamiento ¿Desde dónde se excluye a los Estados Unidos, si lo que condiciona a América son los tiempos anteriores a Colón? Norteamérica debería ser un país hermano igual que los otros latinoamericanos y los conflictos entre el imperio del norte y los demás países de la región serían discusiones entre iguales y la O.E.A. el organismo ideal para representarnos. Desde la incoherencia no hay política posible. Amén de todo esto no se puede dejar de señalar el conservadurismo feroz proveniente de la negación de 500 años de historia.
Otra visión, igualmente negadora de la creación de un Mundo Nuevo en 1492, es aquella que, propagada desde un liberalismo economicista de derecha e izquierda, sostiene que la historia de nuestras patrias comienza con sus respectivas independencias de la “barbarie” española y que, en general, se caracterizan por un profundo prejuicio anti indígena y anti hispano que “tiende a “positivizar” el “descubrimiento de facto” convirtiéndolo en un “caso económico-geográfico” que vegetó durante tres siglos de oscurantismo hasta que las luces llegaron a América en el Siglo XIX” . Tal como lo afirmó Saúl Taborda:

“... nos hemos esforzado en cercenar nuestra historia colocando una fecha – 1810 –como el hito de una “zona de nadie”separativa de dos mundos. Del mismo modo, aquella fecha que para ser histórica necesitó los siglos históricos precedentes, nos ha sido siempre presentada no como una continuidad sino como una negación..”

En el libro que sirvió de piedra fundacional de la organización constitucional argentina – las “Bases” de Juan Bautista Alberdi – se lee “...la patria no es el suelo. Tenemos suelo hace tres siglos, y sólo tenemos patria desde 1810.”
Esta visión desestima trescientos años de historia, precisamente aquellos años de comunidad entre latinoamericanos y, por lo tanto, desprecia las políticas integrativas y sólo concibe la integración con las potencias “civilizadas” del mundo. El acercamiento a Latinoamérica se visualiza como un retorno a la “barbarie”, definición que les cabía a todos los pueblos enlazados por la herencia hispánica. Desde esta óptica nuestras patrias nacen en el Siglo XIX como claveles del aire, sin raíces, sin historia, sin tradición, sin continuidad cultural, ocultando el condicionamiento que tres siglos de pasado en común imponen a las políticas del presente.
Ambas posiciones tienen en común la premisa de la que parten: la antinomia entre progreso y atraso, civilizados y bárbaros, revolucionarios y antirrevolucionarios, colocando siempre a América Latina en el estado inferior de la disyuntiva; en una situación de barbarie “precivilización” o dependencia “prerrevolucionaria”, concluyendo que lo que se opone a la civilización o a la revolución son señas y marcas personales que hay que borrar, ocultar y eliminar.
La visión economicista sostiene que América Latina hace su entrada en el escenario mundial con su proceso independentista que la libera de la “barbarie” española y, más precisamente, con el ingreso de ésta en el orden capitalista mundial del siglo XIX regenteado por Inglaterra. José Pablo Feinmann refiriéndose al rosismo afirma:

“Y nada de proponerse buscar la nacionalidad en Mayo, pues no era allí donde estaba, sino en las profundas y lejanas creaciones del pueblo: en sus instituciones jurídicas, en sus modalidades idiomáticas, artísticas y técnicas. No se trataba aquí de algo surgido apenas veintisiete años atrás, sino de una pretérita cultura de siglo. El españolismo de Rosas, que muchos liberales de izquierda y derecha han entendido como restauración de la colonia, feudalismo o meramente barbarie, significa la clara percepción de un problema político: Desligar a un pueblo de su pasado es debilitarlo como nación.” .

Para la visión de Galeano, toda la historia latinoamericana es una historia colonial y, por lo tanto, el continente aún no ha llegado a su “liberación”, la cual es presentada con la misma función que cumple la “civilización”: un estado al cual nuestras deprimidas y atrasadas patrias aún no han arribado. Incluso, estos sectores de las izquierdas latinoamericanas cometen el error de marginar y combatir procesos revolucionarios que no parten desde sus premisas ideológicas, como el caso de su actitud en Argentina ante el peronismo o ante el nacionalismo puertorriqueño .
Estas posturas no son traídas y analizadas aquí para una mera discusión teórica ya que tienen profundísimas consecuencias prácticas en la actualidad y en el posicionamiento de los países latinoamericanos en sus relaciones con los demás de la región y con las naciones extralatinoamericanas. La visión supuestamente de izquierda “revolucionaria” ante un proceso de integración latinoamericano observa la ideología de los respectivos gobiernos y si esta no los conforma lo descalifican en su totalidad haciendo gala de su claro pensamiento conservador y maniqueo; y, calificará a las otras potencias según una anticuada visión de imperialismo y tercermundismo – propia de la Guerra Fría – en el que las semejanzas y diferencias culturales no juegan ningún papel y sólo interesan las solidaridades políticas e ideológicas. Así, por ejemplo, desecharán apriorísticamente cualquier conversación con los Estados Unidos. Una ideología puramente economicista criticará cualquier intento de alianza latinoamericana por considerar a nuestros países hermanos casi atrasados genéticos salvo que se realice con un objetivo particular, que nunca se profundice culturalmente y que este al amparo de las potencias que ellos consideren “civilizadas”. Siempre preferirán integrar ejes con éstas que con las naciones de la región, sea cuales fueran aquellas potencias. Así, la vertiente liberal secundará a cualquier precio la política estadounidense y/o británica tal cual ocurrió en Argentina durante la década del 90’; mientras que, la izquierda socialdemócrata buscará ser el satélite de los países escandinavos y de los partidos socialistas de Europa occidental como sucedió en el gobierno de Raúl Alfonsín.

8. Argentina, Brasil y la integración latinoamericana: América Latina puede dividirse en varios espacios geográficos por la proximidad, las relaciones entre los países y – obviamente – la antigua organización colonial hispana (Virreinatos y Capitanías Generales). Así tendríamos a México, el Caribe y Centroamérica; el norte sudamericano (Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú) y la Cuenca del Plata (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Chile). Estas últimas unidas por el espinazo andino.
La Cuenca del Plata esta llamada a ser el nervio motor de la integración latinoamericana. En esta región, en donde surgió el MERCOSUR, se encuentran los dos países que cargan sobre sí la responsabilidad de liderar este proceso: Argentina y Brasil. La población y la importancia económica de ambas naciones son decisivas en esta materia. El acercamiento entre ambos posee una fuerza centrífuga que arrastra a los demás países. Esta fuerza fue el medio por el cual se originó el MERCOSUR, el cual partió de los pactos argentinos-brasileros de la década del ’80 para luego atraer a Uruguay y Paraguay. De la misma manera, surgió la Unión Europea, la cual no se forjó a partir del Benelux sino, de la decisión política franco-alemana.
El apartamiento del Brasil de diversos proyectos de integración es sólo una consecuencia de la política de patrias chicas que en muchísimas oportunidades adoptaron los gobiernos de la región y Brasil mismo; sobre todo la relación argentino-brasilera fue, en amplios períodos históricos, de desencuentros. La decisión de la inclusión brasileña en la unidad latinoamericana no es un fenómeno reciente. Durante el reinado de Felipe II, España y Portugal realizaron el ideal de la unidad ibérica, unidad que se extendió a la América Española y Lusitana hasta que Portugal, apoyado por Inglaterra, se independiza; produciéndose así el primer desmembramiento en la Nación Latinoamericana mediante la intervención directa de una potencia extranjera.
A comienzos del Siglo XIX, José Enrique Rodó afirmaba:

“No necesitamos llamarnos latinoamericanos para levantarnos a un nombre general que nos comprenda a todos. Podemos llamarnos Iberoamericanos, nietos de la heroica y civilizadora raza que sólo políticamente se ha fragmentado en dos naciones europeas y, aún podríamos ir más allá y decir que el mismo nombre de hispanoamericanos conviene también a Brasil.”

Por la misma época, el argentino Manuel Ugarte señalaba como propulsores de la unidad a México, Chile, Argentina y Brasil sin dar mayores detalles.
Es necesario destacar que; a pesar que el Pacto Andino lleva muchos años de funcionamiento y el sistema centroamericano ha experimentado varias formas de integración medianamente exitosas y novedosas ; la resonancia que el MERCOSUR y el acercamiento entre Argentina y Brasil han tenido es la prueba fundamental de la trascendencia y la influencia que estos dos países – y, por consiguiente, su espacio geográfico – tiene sobre el resto de la Comunidad Sudamericana. Esta importancia también ha sido concedida por el Resto del Mundo al conceptuar al MERCOSUR como el intérprete válido de toda Latinoamérica.
En este marco, se inscribe el gran desafío de la política argentina y brasilera: La asociación cada vez más fuerte y profunda entre ambos países. Para esto es necesario revertir siglos de desconfianza y competencia que, vistos desde el presente, han sido estériles. No hay otra posibilidad de que nuestras naciones (y, en virtud de la fuerza centrífuga de la que hablábamos, todo el MERCOSUR y Latinoamérica) encuentren su espacio en la política internacional del Siglo XXI (el año 2000 del General Perón); el fracaso en este aspecto podría tener consecuencias gravísimas, el éxito difundiría múltiples beneficios .

9. Los Obstáculos de la consolidación del MERCOSUR y la integración Latinoamericana: Hay dos peligros fundamentales que las naciones integrantes del MERCOSUR deben salvar para no detener su avance. Ambos provienen de la propia experiencia histórica y está en sí mismos el evitar caer en ellos. Ambos se relacionan entre sí y, generalmente uno conlleva al otro. Son: el tactiquismo y los ideologismos.
a) El Tactiquismo: Denominamos así a una concepción puramente circunstancial, instrumental y egoísta de la integración latinoamericana. Es decir, hacer uso de ella sólo en momentos en que conviene a determinados sectores de la vida de un país y desecharla cuando deja de convenir. También, sucede cuando se apoya esta idea sólo para favorecer a una nación por sobre las demás y se desalienta cuando es otra nación la que ocupa una posición más favorable. A poco de andar el MERCOSUR comenzaron a surgir voces que pedían su finalización o, al menos, su enfriamiento, basadas en estos supuestos.
Es fundamental concebir a la unidad desde un punto de vista estratégico. Hacer de ella un punto indiscutible y permanente de la política exterior de las naciones; que se mantenga a pesar de las dificultades que sobrevengan, aunque en determinado momento un país obtenga más beneficios que otro o que un sector se vea perjudicado. No se puede caer en la esquizofrenia de pretender huir cada vez que haya un inconveniente, los cuales, por otra parte, son inevitables en cualquier desarrollo asociativo . Sí a lo largo de la historia (la cual no es más que un proceso general y global de integración), las comunidades no hubieran aceptado y admitido los riesgos y las inseguridades propias de los acercamientos entre pueblos, los agrupamientos humanos no hubieran ido más allá de las ciudades – estados o, peor aún, de las aldeas de las sociedades primitivas.
Son sumamente conocidos los múltiples problemas de los países latinoamericanos. Los mismos se nos presentan absolutamente sobredimensionados y no nos dejan ver claramente lo trascendente; sin embargo es la tarea del verdadero estadista (y lo que lo distingue de un simple dirigente y gobernante) no perder nunca de vista los objetivos históricos y vitales de los estados y lograr que el pueblo valore aquellos como políticas que no deben abandonarse. En el medio todo el amplio espectro de intelectuales y técnicos deben apoyar fuertemente esta tarea sobretodo en los momentos de crisis que, precisamente, son aquellos en los que más avanza la tentación de recurrir a medidas superficiales y al abandono de las metas de largo plazo.
Se trata, en definitiva, de la construcción de un proyecto de nación; el mismo, no puede hacerse sobre la base de pequeños y egoístas fines, sino que debe apuntar a la concreción de grandes propósitos que deben mantenerse a pesar de las dificultades que sobrevengan. Esos grandes propósitos son aquellos que dan identidad a los pueblos y la unidad latinoamericana es, para los países de la región, uno de ellos, quizás el más importante.
b) El Ideologismo: Este problema clave se basa en la concepción errónea de que se debe perseguir la integración latinoamericana únicamente cuando hay gobiernos afines ideológicamente o que esta debe hacerse sólo con los países que comparten visiones similares. A esta desafortunada noción se puede arribar tanto desde la izquierda como desde la derecha. Así, por ejemplo, con los últimos triunfos de una serie de gobiernos de centroizquierda en los países latinoamericanos (Kirchner en Argentina, Lula en Brasil, Lagos en Chile, Chávez en Venezuela, etc.) se reavivó la urgencia por la unidad, lo cual, obviamente, es sumamente saludable. Sin embargo, no se puede dejar de destacar que muchos de los que hoy convocan al fortalecimiento del MERCOSUR estuvieron contra este cuando los países eran gobernados por dirigentes de otra tendencia política. Y, por el contrario, algunos que fueron importantes actores de los primeros exitosos años del mencionado organismo regional, hoy aconsejan ponerle frenos a la integración.
Ubicar la doctrina por encima de las necesidades reales y de los objetivos estratégicos de las naciones ha sido, lamentablemente, un error cometido en numerosas ocasiones por nuestros países. Este procedimiento ha permitido que algunos se aliaran con potencias coloniales en contra de sus propios países por considerarse hermanados con el extranjero que representaba sus mismas ideas o que otros sigan de cerca los acontecimientos de determinada nación y subordinen a ellos las políticas de sus patrias de origen. Así sucedió, entre otros casos, al estallar la Segunda Guerra Mundial en que muchos dirigentes sostenían que la posición de los países latinoamericanos debía ser tal o cual basados puramente en sus simpatías ideológicas con los participantes de aquél conflicto bélico .
En Argentina, particularmente, esta posición de poner delante las ideas tuvo nefastas consecuencias a lo largo de su historia. En parte la disgregación del Virreynato del Río de la Plata se debe a este error: como los pueblos del interior no se ajustaban al diseño de nación que establecían los dirigentes porteños, éstos prefirieron perderlos a integrarlos. Afirmaba Arturo Jauretche, refiriéndose críticamente a esta manera de actuar:

“(Para ellos) ...La Patria es un simple medio porque lo importante es lo que una generación o un grupo de hombres entendió por libertad, por democracia, por instituciones...Estas no son formas transitorias que la Patria adopta en el devenir cambiándolas según las exigencias de cada momento para adecuarlas al cumplimiento de ese destino.”

Muchas veces se prefirió la apariencia de los conceptos a la realidad de la historia, de la cultura y de la geografía. Estas fueron constantemente subordinadas a palabras a las cuales se les dotaba de poderes casi mágicos que prometían la solución milagrosa de los problemas pendientes (civilización, progreso, revolución, democracia, etc.). Este accionar conducía irremediablemente al fracaso, cuando no al ridículo.
El ex presidente argentino Juan Domingo Perón sostenía – refiriéndose al Tercer Mundo, pero con manifiesta analogía con la unión latinoamericana – claramente que “la fortaleza ha de residir en la sólida configuración de un movimiento que respete la pluralidad ideológica” . Se trata, en realidad, de poner la idea ( de derecha o izquierda) al servicio de un proyecto de país; lo cual también es una noción esencial en el pensamiento del ex mandatario.
La integración latinoamericana es un mandato que surge desde lo profundo del pasado del continente, por ende, no puede estar supeditada a la rigidez ideológica; antes bien son las doctrinas políticas las que deben interpretar como conducirla. Sería necio afirmar que las coincidencias en el pensamiento no benefician el proceso; pero, asimismo, es un despropósito sostener que las antinomias deben detenerlo. La única discriminación valedera debería ser la que distingue entre gobiernos democráticos de aquellos que no lo son.

10. El ALCA y el MERCOSUR: El futuro del MERCOSUR se relaciona directamente con la Iniciativa Estadounidense para las Américas hecha en 1994 por el ex presidente norteamericano George Bush para la eliminación total de las barreras comerciales del continente.
Es innegable que el MERCOSUR ha constituido, por primera vez en la historia, un centro de poder político internacional latinoamericano relativamente consistente. Incluso ha logrado erigirse como el interlocutor ante el mundo de toda América Latina. Los primeros éxitos – rápidos y vertiginosos – han consolidado esta situación, de tal modo que es imposible volver atrás, aún cuando luego de esos importantes pasos originarios se haya lentificado y, en cierta medida, detenido el proceso.
Luego de su proceso de afianzamiento interno , sobreviene la cuestión de su ampliación, etapa por la cual se esta transitando actualmente. Esta comenzó con el acuerdo del bloque regional con Chile y que lo convirtió en un bloque bioceánico y culminará, obviamente, con la integración total sudamericana no en formas de acuerdos bilaterales sino constituyendo un nuevo organismo.
Además de la ampliación, el MERCOSUR debe enfrentar otra cuestión de importancia trascendental: la relación con los demás bloques. Luego de la organización y creación de entidades supraestatales en todo el mundo y su fortalecimiento interno surgen las preguntas y propuestas acerca de la conexión entre ellas para la configuración de un nuevo sistema mundial (aquello que, al principio de este trabajo, sosteníamos aún no se ha definido y se encuentra en una etapa de transición). Esta nueva problemática tiene en Occidente una característica peculiar, la de contener tres bloques – cada uno de los cuales representa a un espacio territorial y cultural – diferentes entre sí pero que integran a aquél: la Unión Europea, Estados Unidos y el NAFTA y el MERCOSUR y América del Sur.
Se visualiza claramente que este tiempo de transición debe determinar y resolver las relaciones “externas” entre los bloques occidentales. Es inevitable, además, que las agrupaciones que aún se planteen su ampliación continúen en permanentes procesos de identificación hacia su interior en orden a los nuevos países que se vayan incorporando (MERCOSUR y Unión Europea).

“La Batalla por América Latina, la esencial, se da por la constitución del MERCOSUR en América del Sur. Pero este proceso nos lleva necesariamente a otros actores. Los tres sujetos principales de esta batalla que ya se esta procesando abiertamente son: Estados Unidos, la Unión Europea y el MERCOSUR.”

Ambas certezas nos llevan a extraer dos importantes consecuencias: El acercamiento interbloques y la necesidad de los Estados Unidos de ampliar su esfera de poder fuera del NAFTA, para equiparar el crecimiento de la Unión Europea, obviamente por sobre Latinoamérica. Esto es la propuesta del ALCA .
Asimismo, las tres uniones occidentales deben definir sus relaciones individuales y en conjunto con los bloques extra occidentales; tarea imprescindible en el futuro y en el cual el MERCOSUR también debería tener una actuación vital, ya que países como Japón, China, India y el Sudeste Asiático son un imponente mercado para los productos alimenticios de América Latina y, en particular, de Argentina.
La descripción hecha no hace más que confirmar una constante histórica: La historia latinoamericana es historia de las relaciones entre nuestros países, Estados Unidos y las potencias europeas. En este tiempo particular, esta trama de relaciones brinda, por primera vez, la posibilidad a América Latina de convertirse en un poder autónomo dentro de occidente y jugar un papel importantísimo en el nuevo escenario mundial. Este debe ser el objetivo último del MERCOSUR. Para ello, deberá profundizar su integración entre los países fundadores (especialmente Argentina y Brasil), propender seriamente a su ampliación en el marco sudamericano y concederle una importancia valiosísima a la integración cultural; esto es, fundamentalmente, al reconocimiento mutuo de ser partícipes de un pasado en común y, por ende, integrantes de un proyecto de unidad. Esta característica es la mayor ventaja que tiene Latinoamérica sobre los demás bloques.
Por lo expuesto, el futuro de América Latina esta adentro y afuera de ella.. El porvenir del subcontinente se integra en una lucha por el nuevo ordenamiento mundial; ordenamiento cuya única seguridad en el presente es que se basará sobre la inevitabilidad de la globalización, sobre la cual ya no se puede volver atrás. En esta lucha, sin lugar a dudas, el MERCOSUR representará a toda América del Sur. “En el lenguaje de Bolívar, el MERCOSUR sería el primer “poder intrínseco” latinoamericano” . Enormes desafíos aguardan, pero, las crisis a que dan lugar los desafíos, una vez resueltas conducen a situaciones doblemente expectantes. La capacidad para asumir y superar las dificultades dependerá, en última instancia, de la habilidad de los dirigentes de nuestros países y, fundamentalmente, de la madurez de nuestros pueblos puesto que, son ellos los que hacen la historia .

11. La Integración Cultural: En este trabajo hemos venido considerando sumamente importante para la consolidación del MERCOSUR y la integración latinoamericana que la unión vaya más allá de lo económico y se haga sobre una clara base de identificación cultural. Este factor – que hemos resaltado reiteradamente – que posee América Latina le da claramente una ventaja sobre otros bloques que es preciso aprovechar.
Obviamente, no se trata de desmerecer los aspectos económicos. Debemos dejar sentado, antes de referirnos a los aspectos culturales, que una unión en el que las relaciones se establezcan sólo a partir de lo cultural o lo político será igualmente débil que una que se base sólo en lo económico. La profundidad en la vinculación económica será vital para la consolidación de un bloque continental.
Con el inicio de las negociaciones por el ALCA la integración cultural de los integrantes del MERCOSUR cobra aún mayor importancia. La propuesta de unidad hecha por los Estados Unidos se enmarca dentro de una visión claramente economicista; ella no va más allá de una mera eliminación de trabas aduaneras y restricciones arancelarias. El bloque latinoamericano – ingrese o no al ALCA – debe procurar realizar su proyecto de integrarse más allá del cálculo económico. Se trata de constituir una comunidad de estados que, en cierta medida, pertenezcan a una misma nación. Sólo así podrá América Latina relacionarse de una manera activa y con creatividad propia con cualquier otra región del mundo, sean los Estados Unidos, Europa o las zonas extraoccidentales. Sólo así podrá zafar de un destino colonial, dirigido por las potencias de turno, cuya obvia consecuencia hemos experimentado ya en otras oportunidades de la historia: la imposición y la aceptación pasiva de las condiciones que dicte el orden mundial que se consolide en los próximos años.
En 1996, en la reunión de Presidentes del MERCOSUR realizada en San Luis en Junio de ese año, el ex presidente de Brasil Fernando Cardozo definió claramente la importancia de la integración cultural:

“...la integración que buscamos no se limita a eliminar aranceles ni barreras aduanales ni al puro comercio, ya que se trata de integrar espíritus, pueblos, culturas, abrir el espacio social y político, es un proceso de comunión entre todos, de poner en común lo que somos, lo que tenemos, lo que podemos.”

Todo un proyecto de hacia donde debe apuntar la integración continental.
La integración cultural no es un concepto hueco, ni un mero recurso demagógico en tanto no lo son las coincidencias que la fundamentan. Tampoco es algo nuevo (como no lo es ningún tema tratado aquí); en la Grecia clásica los atenienses aseguraron a los espartanos que no los venderían a los persas con estas palabras claramente aplicables a América Latina:

“Pues hay muchas y poderosas consideraciones que nos prohíben hacer tal cosa, aún cuando nos sintiéramos inclinados a realizarla. Primero y principal, las imágenes y moradas de los dioses, quemadas y en ruinas: esto nos reclama venganza hasta donde alcance nuestro poder, y no que pactemos con quien ha perpetrado tales acciones. En segundo lugar, el ser la raza griega de la misma sangre y la misma lengua, y comunes los templos de los dioses y los sacrificios; y semejantes nuestras costumbres. De ahí que no estaría bien que los atenienses traicionaran todo esto”.

Más cerca en el tiempo y desde el pensamiento latinoamericano , José Enrique Rodó sostenía en la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales “tener por patria la América y contribuir a la unidad espiritual de la gran patria a que españoles y americanos pertenecemos” . El hecho de incluir a España habla de que el escritor uruguayo pensaba en términos culturales.
Esta claro que no es posible hablar de una integración cultural sin construir al mismo tiempo una identidad política. Entendemos por esta a la asunción por parte de los países integrantes del MERCOSUR de discursos comunes en todos los foros mundiales, de similares posiciones ante los problemas globales actuales y los que se presenten en el futuro y la presencia imprescindible del organismo en las situaciones que atañen directamente a Latinoamérica. Los discursos, las posiciones y la presencia deben ser del bloque en su conjunto y no de cada país en particular.
Realizar el fortalecimiento del MERCOSUR y la unidad latinoamericana se ha convertido en una tarea apremiante e inaplazable ante la actual situación mundial. Se trata de una obra restauradora y revolucionaria al mismo tiempo: restauradora porque hay que desandar doscientos años de desmembramiento territorial, político y cultural y revolucionaria porque implica colocar a la región avanzando sobre el futuro y discutiendo el futuro orden mundial. Dejar de lado los egoísmos sectoriales, volar por sobre las actuales dificultades de nuestros países y volver a impulsar la identidad cultural son faenas imprescindibles. En definitiva, que cada estado se proponga – y actúe en consecuencia – como una estrategia inquebrantable de su política exterior la construcción de una Gran Nación.

Sniper Urbano dijo...

Agradezco los aportes de ambos. Sin lugar a dudas el futuro de Iberoamérica pasa por la integración y la unidad. Sin embargo creo que el MERCOSUR, lograr lo que la Unión Europea nos va a llevar un tiempo largo todavía, recordá que comienza primero como una unión política (militar) en la posguerra y avanza luego gradualmente a lo que es hoy.
La semilla de la unidad sudamericana debe ser regada a diario, conflictos como el surgido entre Argentina y Uruguay no hacen más que demorar los procesos de integración.
Con respecto a lo que escribió Latex Bono, una vez leí que la “fórmula” de la hiperdependencia consistía en barbarie tecnológica + malthusianismo demográfico + descerebración cultural.
Magdalena, si querés escribir algún artículo, escribime y te agrego a la lista.
Sniper